viernes, 5 de noviembre de 2010

La muerte de mi padre

El día de hoy se cumplen ya tres años de la muerte de mi padre. Que rápido pasa el tiempo, aun recuerdo con extenuante vividez los tonos, colores e incluso olores de su muerte. Recuerdo perfectamente su estadía en el lujoso hospital de los ángeles, cuya comida era tan insípida como cara.

Recuerdo la música de relajación del hospital, las lagrimas de mi hermano y el desinterés de mi madre ante el deceso de su marido.
Recuerdo perfectamente que tanto mi padre agonizante como las personas que por conveniencia, compasión o simplemente equivocación pasaban por el cuarto se distraían ocasionalmente con Wings of desire de Win Wenders y con números atrasados de revistas cuyo nombre y contenido carece de total relevancia, tanto en mi memoria como en su trascendencia literaria.
Los doctores trataban a mi padre como siempre el mundo lo había tratado, con todos los lujos y atenciones, las enfermeras lo consentían de sobre manera y nosotros parecíamos invitados de honor de un lugar en el que nadie desea estar.

Ocasionalmente los altos médicos se presentaban en el cuarto tipo suite de mi padre para ofrecer sus servicios, presentar sus credenciales y congratular a su poderoso y moribundo paciente.
También recuerdo claramente la preocupación de muchas de las personas que visitaban el cuarto de mi padre, pues su muerte era tan inminente como inoportuna, no era el mejor momento para que el dejara de existir, sus negocios estaban en crecimiento pero sin el caerían en picada, sus deudas empezaban a ser preocupantes para los bancos que veían con su muerte un muy mal negocio.

Sin embargo nadie era capaz de asentar su preocupación o evitar su muerte pues el carácter inmejorable de mi padre hacía del alguien respetable.
Su pura mirada moribunda ejercía más presión en los médicos que los llantos de mi hermano o el dinero que el contador estaba pagando, su ronca tos marcaba las pautas del habla de los demás y su sueño era el reloj del hospital.
Los escasos días que mi padre estuvo en ese hotel pre mortum fueron capaces de trastocar todo el status quo del lugar; era el huésped mas distinguido y mejor colocado, su voluntad era orden y sus deseos se volvían metas a seguir. En tan solo tres días el hospital tiño de azul las batas de doctores y enfermeras debido a la sabida repulsión de mi padre hacia el blanco; transmitió la hora oficial y el canal del congreso en cada televisión y trajo un chef italiano con todo su equipo en la cocina.

Los pasillos se volvieron lobbies, los cuartos contiguos oficinas y por instantes era posible encontrar más personas de trajes y corbatas que enfermos y doctores en el hospital.
Sin embargo también en esos días el dueño del sanatorio incremento en millones sus cuentas bancarias, omitió pagar impuestos atrasados y consiguió permisos exclusivos para el trasplante de órganos y la práctica del aborto voluntario.
La vida de unos mejoraba al compas de la muerte de mi padre mientras que otros fieles o involuntariamente serviles se enterraban en vida junto con él.
Fueron días estruendosos e intensos, pero efímeros al final, así como la vida del poderoso y la muerte del solitario.

Ese día mi vida tomo un nuevo camino de cual jamás podría regresar. Por fin me había deshecho de aquel hombre que tanto odie pues nunca se dejo amar, me había deshecho del opresor de mi infancia, del verdugo de mi presente y del lastre de mi futuro.
Pero también me había deshecho de cualquier oportunidad de triunfo, de cualquier crecimiento y de cualquier estabilidad financiera. Con la muerte de mi padre murió mi herencia, murió mi capital invertido y nacieron nuevos lastres que incluso hoy sigo cargando: deudas.
En ese entonces acepte valiente el precio de su muerte pues asumí que la libertad del alma significa la mayor victoria que cualquier hombre pudiera adquirir, sin embargo con el tiempo olvide para que quisiera esa libertad, para que había sacrificado tanto si al final la libertad del alma no satisface el hambre del cuerpo.

Hoy tres años exactos después de la muerte de mi padre por fin comienzo a llorar, no es que lo extrañe como persona, tampoco que extrañe la vida llena de miedos y desconocidos que él me dio, y mucho menos que extrañe la familia que jamás supimos tener; más bien extraño las cadenas con las que me crio, la riqueza de la esclavitud y los gozos de la sumisión. Extraño el miedo al mañana más que la ilusión del ayer, extraño la soledad del dinero y su falsedad también. Extraño todo eso por lo que mi padre vivió y finalmente murió. Sin embargo estoy seguro de que no lo extraño a él.