domingo, 10 de abril de 2011

¿Que hago aquí?

¿Que Hago aquí? Evidentemente no pertenezco a este lugar. Mi casa no es mi hogar. Mi trabajo es tan sencillo que ha ido matando mi ímpetu de antaño.
Soy un murcielago en un pueblo sin noche. Soy un lobo sin luna para aullar.
No tengo nada que hacer aquí, en una casa llena de personsas ajenas, en un pueblo sin costumbres ni historias. Soy cantante en un mundo de sordos.
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Ezequiel Montes Ledesma


Algo se sabe de un municipio llamado Ezequiel Montes ubicado en el Estado mexicano de Querétaro, conocido por su naturaleza trabajadora y lo bien habidos de sus habitantes, por el tamaño de sus ganados o por que alberga el tercer monolito más grande del mundo conocido como la Peña de Bernal. Sin embargo es mucho menos lo que se conoce del personaje al cual honraron bautizando con su nombre al pueblo. Algunos nativos saben que las poblaciones vecinas como Cadereyta o Vizarron tienen como apellido el Montes de Ezequiel; pero no saben a ciencia cierta quien fue este hombre regordete y de mirada perdida. Pocos saben quien es este personaje cuya esfinge viste entre tantas otras la francesa Av. Reforma de la capital del país.

Lo que me resulta extraño es que José María Ezequiel Trinidad Montes Ledesma no es un personaje que merezca el olvido al que fue injustamente sometido. Su papel en la historia fue bastante meritorio aunque su lugar en la historia de bronce lo han ocupado personajes con claro oscuros mucho mas tenebrosos que los de Don Ezequiel. ¿Por qué es que un hombre de tal grandeza, reconocido por sus amigos y enemigos, no tiene un lugar por más pequeño que sea en el santoral cívico nacional?

La biografía de este hombre es tan espectacular como la falta de información que de la misma existe; se sabe que nació cuando aun existía la Nueva España, en el territorio y antigua alcaldía mayor de Cadereyta donde fue bautizado y criado por su madre hasta su muerte siete años después de haberlo dado a luz. Se sabe que durante años radico entre Vizarron y Cadereyta donde estudio teología hasta que ingreso al Colegio de San Ildefonso a estudiar filosofía y latín. Es en este tiempo santanista donde las ideas liberales empezaran a germinar en la mente de Ezequiel quien regresara a su lugar de origen para participar activamente en la política local. Será diputado por Cadereyta al mismo tiempo que estudia jurisprudencia en Querétaro; de donde poco tiempo después será nombrado diputado federal.

Ya portador del titulo de derecho, se dará el lujo como los grandes hombres de su época de ser maestro de derecho romano e hispano; profesión que ejercerá por poco tiempo; pues el escenario nacional lo aguardaba. Recién logrado el Plan de Ayutla con Antonio López de Santa Anna en el exilio; el presidente recién elegido Juan Álvarez, aquel otrora insurgente de tierras acapulqueñas reunirá a las mentes más grandes de la época, logrando un gabinete de excelencia donde estarán los principales adalides de la generación dorada del siglo XIX. Ignacio Comonfort en el ministerio de Guerra, Melchor Ocampo en Relaciones Exteriores, Guillermo Prieto en Hacienda y Benito Juárez en Justicia.

Ezequiel Montes será nombrado Oficial Mayor del ministerio de Relaciones Exteriores donde estrechara una gran amistad con el huérfano jacobino de Michoacán: Melchor Ocampo. Tras el efímero gobierno de Álvarez, y la llegada al poder de Ignacio Comonfort, Ezequiel Montes quien estuvo un tiempo invitado por Juárez como juez propietario de lo civil en el distrito federal; volvería a ocupar un lugar nodal en la administración pública federal.

Ignacio Comonfort, previsor de las molestias que la iglesia sentiría tras la Constitución del 57, designo para el cargo mas importante del momento a un hombre liberal pero mesurado, inteligente y sobre todo conciliador; poseedor de una retorica implacable y una bondad de alma bastante evidente: Don Ezequiel Montes Ledesma; quien ocupo el ostentoso cargo de Secretario de Estado y del Despacho de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública.

En este periodo Ezequiel Montes tendrá un épico debate epistolar con el Obispo de Puebla Antonio Pelagio de Labastida y Dávalos –quien también enconaría un debate intelectual con Melchor Ocampo- donde hará uso de sus conocimientos teológicos para fundamentar las leyes de reforma en las mismas leyes de dios.

En una de estas misivas se encuentra una cita a San Agustín donde duda de las pretensiones del obispo poblano argumentando que “Nada propio posee la Iglesia, sino la fe”.

Sin embargo, su estancia en esta Secretaria fue muy breve aunque bien lograda debido al golpe de estado que Comonfort -en uno de esos ejemplos surrealistas de nuestro país- se dará a sí mismo; ocupando Juárez la Presidencia de la Republica con lo que se da inicio al capitulo de nuestra historia perfectamente llamado la Guerra de Reforma. Ezequiel Montes entonces fue designado por el propio Presidente Juárez como Ministro Plenipotenciario en el Vaticano, siendo el primer representante mexicano en el Estado Pontificio; asumiendo con una dignidad invaluable la negativa de recibirlo del jerarca católico el Papa Pio IX. Este es un ejemplo mas del olvido al que fue sometido Ezequiel Montes; pues cuando se recuerda la formalización de las relaciones diplomáticos con el Vaticano; siempre se piensa en el régimen de Salinas de Gortari quien lo hace de forma oficial, o en el Porfirismo, donde las relaciones se restauran fácticamente.

Después de este fracaso en tierras europeas, Ezequiel Montes regresara a la Suprema Corte de Justicia bajo la presidencia de Benito Juárez. Al terminar su periodo en la jurisprudencia y aun durante los tormentosos años de la Guerra de Reforma, el queretano volverá a ser Diputado por el distrito de Zumpango en el Estado de México.

En 1861, Don Benito desesperado por apoyo internacional que lo reconociera como gobernante único del país y ávido de recursos, armas o cualquier otra forma de ayuda; designara a Ezequiel Montes Ledesma como Ministro Plenipotenciario en Bélgica.

Tras el negro y romántico episodio de la opereta que fue el II Imperio Mexicano; Don Ezequiel ya desterrado en Francia será elegido desde allá diputado de Toliman y presidente del Congreso; por lo cual regresara a México para no irse jamás.

Su mayor vocación consistía en la oratoria y la defensa de los ideales liberales desde el Congreso, y en este oficio dedicaría muchos de sus años; siendo Diputado de Dolores Hidalgo, o de Huichapan. Los recuerdos que el Lic. Montes dejaría en este estrado serian innumerables, puesto que sus participaciones fueron siempre marcadas por la vehemencia y la cordura de sus palabras.

Después de la muerte de Juárez, el fulminante gobierno de Lerdo, el Plan de la Noria y la primera presidencia de Porfirio Díaz; Don Ezequiel Montes dejaría el estrado congresista para ejercer como Secretario de Justicia e Instrucción Publica del Presidente Manuel González, conocido como el “Manco” o el “compadre” por su relación con el caudillo Porfirio.

En el poco tiempo que ejerció en el gobierno de González, logro crear las primeras bases de la magna obra educativa que después concluira Justo Sierra. Finalmente, tras una larga batalla contra los cálculos biliares, fallecerá el quince de enero de mil ochocientos ochenta y tres a la una de la tarde en su casa ubicada en la calle de Moneda en la capital mexicana.

De el sobrevivirán su mujer Doña Jesusa Rebollar -de quien no se sabe si tuvo hijos-, un municipio con su nombre y dos con su apellido, dos estatuas, un cuadro en la rotonda de hombres ilustres de Querétaro y otro que el mismo donó en el palacio municipal de Cadereyta.

Después de haber visto morir a la mayoría de los celebres hombres de la generación liberal –Juárez, Ocampo, Prieto, Otero, Santos o Zaragoza- Ezequiel Montes los acompañaría en el panteón de San Fernando aunque injustamente no estará con ellos en el santoral cívico, donde sus nombres acompañados de los caudillos insurgentes o los hombres de la revolución fundarían la historia de bronce de nuestra nación Fuentes Bibliográficas: Museo Virtual de Cadereyta México a través de sus siglos de Vicente Riva Palacio Recopilaciones de Francisco Zarco

www.ezequielmontes.com.mx 

Soy yo

La siguiente es una aportación de la luz de mis ojos: mi hermana.

Soy graduada con honores de la indiferencia diaria que te invade cuando estamos juntos.
Soy soñadora eterna de las caricias de tus manos que aún no tocan mi cuerpo.
Soy esclava de un recuerdo que desvanece en tu mundo, pues su veracidad yace unicamente en mis pensamientos.
Soy testigo del silencio; de lo inaudible de tu labia.
Testigo de ese amor que das y del cual no me toca nada.
Cada noche caigo en pleitesía ante las estrellas, anhelando vehemente que estés conmigo un nuevo día.
Eres la fuente de mi inspiración; camema de mis versos ésta mañana, despierta tu imagen en mi mente y apareces con dulzura frente a mi ventana.
Eres la pieza clave de mis sonrisas, el motivo de mi risa y el deseo que me mantiene viva.
Tu presencia me hace falta aun cuando estas conmigo.
Tu voz se pierde y todo se vuelve taciturno aun cuando hay ruido.
Tu mirada me envuelve cuando coincido con ella y me olvido del mundo cuando te tengo cerca.
Pero haces que todo sea tan confuso. Me llevas de la mano y me sueltas a lo lejos.
Me hundo en el desasosiego que emana tu ausencia y retomo el desvalido camino de vuelta hacia mi soledad.
La incertidumbre de tus sentimientos, la indiferencia de tus pensamientos; desconozco por completo tus intereses, tus deseos.
Y no me queda más que admirarte en silencio; decifrarte con la tranquilidad del inexorable tiempo.
Soy tu compañera de siempre; prisionera de tu mirada, cautiva de tu suerte.
Soy quien felizmente se dedicaría a sacar de ti una sonrisa todos los dias.
Soy quien anhela de ti una caricia; aunque sea quiza solo una palabra.
Soy yo, tu fiel manceba. Seguidora de tus pasos, reposo de tus penas.
Soy quien muere con tu ausencia y renace en tu presencia.
Soy quien cuida tu morada; dia y noche a tu espera.
Regalame un poco de ti, descubre mi fragilidad y recuerdame asi, que aqui estoy; soy yo... Tu enamorada eterna.

Liz Angelica Ruiz Sosa
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viernes, 8 de abril de 2011

Los pasteles más caros de la historia

El señor Remontel, ciudadano francés dueño de un restaurante en el poblado de Tacubaya, lo declaraba enfáticamente: en 1832, oficiales del entonces presidente Antonio López de Santa Anna habían degustado de su finísima repostería francesa y, tras el placer, abandonaron su negocio sin pagar lo consumido, aprovechando los recurrentes disturbios y motines que asolaban por doquier. Por esa deuda impagada, Monsieur Remontel exigía ¡60 mil pesos de ese entonces! Tal reclamo —del que la prensa hizo mofa— dio nombre a la primera guerra de México con Francia: la “Guerra de los Pasteles”, ocurrida hace 170 años.

El contexto de este conflicto internacional fue el de una crisis generalizada en el territorio nacional: economía paralizada, inseguridad y malas comunicaciones, levantamientos armados… caldo de cultivo de una creciente inestabilidad. Era el año de 1837. Entonces, además de atender los asuntos internos, los hombres de gobierno debían estar vigilantes de lo que ocurría en las fronteras, pues el peligro acechaba constantemente al país. España se resistía a dar por perdida la que fuera su colonia más rica y ponía en marcha varios proyectos de reconquista; otras potencias, como Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, durante gran parte del siglo XIX encontraron pretextos para intimidar a la joven nación mexicana, llegando, en algunos casos, hasta la invasión. En ese marco, el gobierno mexicano recibió un mar de reclamaciones de extranjeros que se decían afectados en sus bienes y negocios. Los franceses adoptaron una posición especialmente exigente, acumulando quejas y demandando, con prepotencia, solución a situaciones en muchos casos dramatizadas.

El canciller francés Louis Mathie Molé ordenó a su ministro en México, Antoine Louis Deffaudis, presentar un ultimátum para el pago de una indemnización global de 600 mil pesos; por supuesto, esa cantidad era impensable para las arcas nacionales que estaban permanentemente en números rojos, además de que el gobierno se resistía a reconocer tal abuso porque no se sentía responsable de los disturbios políticos, y preveía que, si aceptaba dichas exigencias, sentaría un precedente que posteriormente podría ocasionar abusos de otros que se dijeran lesionados. A finales de 1837, la situación se agravó tras el fusilamiento de un filibustero francés, pero fue en febrero de 1838 cuando la amenaza se vio convertida en realidad, pues una escuadrilla francesa a las órdenes del comandante Bazoche arribó en Antón Lizardo, Veracruz, apostando a conseguir con la fuerza de los cañones lo que no había logrado el poder de la palabra.

El barón Deffaudis se dirigió hacia Veracruz para estar lo más cerca posible de los hechos, permaneciendo aproximadamente dos meses a bordo de la fragata Herminia, desde donde se mantenía alerta a las instrucciones que llegaran de Francia; su monarca, Luis Felipe, tomó entonces la decisión de enviar más fuerzas navales para responder a los agravios contra sus súbditos. En consecuencia, Deffaudis dirigió un ultimátum al gobierno mexicano, con lenguaje duro y altivo, ensalzando la benevolencia de Francia y echando en cara a los mexicanos el desdén con que trataban sus reclamaciones; en ese tono, el noble francés ponía como plazo el 15 de abril para: “… arreglar un tratado de navegación y comercio, como lo haría con la nación más favorecida, no imponer a los franceses contribuciones de guerra de ninguna especie, ni las conocidas con el nombre de préstamos y a no señalar coto al comercio al menudeo ejercido por aquellos”. De no recibir respuesta en el plazo determinado, se adoptaría las medidas necesarias hasta conseguir el cumplimiento perfecto del ultimátum.

El gobierno del presidente Anastasio Bustamante declaró que no entraría en negociaciones formales mientras la escuadrilla francesa estuviera en Veracruz; aprovechaba así, además, que ya se había generado un ambiente de orgullo nacional que unificaba a los mexicanos para defender la soberanía frente a la soberbia francesa. El 16 de abril, el comandante de la escuadra francesa en el Golfo, almirante Bazoche, declaró el cese de las relaciones entre México y Francia, y el bloqueo de todos los puertos de la República. En la realidad, sólo el puerto de Veracruz estuvo sitiado, y sus actividades paralizadas durante siete meses. Pasados los meses y sin llegar a un arreglo, Bazoche fue sustituido por el contralmirante Charles Baudin, veterano de las guerras napoleónicas, quien llegó acompañado del príncipe Joinville, hijo del rey Luis Felipe.

A finales de noviembre, comenzaron los hechos de armas; los cañones de la marina francesa lanzaron cientos de balas y bombas al fuerte de Ulúa; la desproporción de fuerzas y la escasez de parque del lado mexicano dio como resultado destrucción en la fortaleza y considerables bajas. Una junta de guerra declaró entonces la capitulación, el castillo fue entregado a Baudin y la bandera francesa fue izada. Como respuesta, el gobierno mexicano ordenó la salida de todos los franceses del país, rechazó la capitulación, aumentó las fuerzas del ejército y nombró un nuevo jefe de las operaciones en Veracruz: el general Antonio López de Santa Anna, quien estaba decidido a defender el puerto a como diera lugar. Para comenzar, prohibió que los franceses entraran a la ciudad y llamó a las fuerzas comandadas por el general Mariano Arista a combatir con toda violencia.

El 5 de diciembre de 1838, el príncipe Joinville ordenó un ataque al baluarte donde estaba Santa Anna; los franceses dispararon directamente a los soldados que formaban los guardias del general mexicano, dando muerte a varios de ellos y tomando prisionero a Arista. Cuando los enemigos se replegaban triunfantes, Santa Anna decidió que era buen momento para batirlos; entonces, acompañado de unos 300 hombres avanzó por el muelle, pero al verlo, los franceses descargaron metralla; el saldo fue de nueve muertos y otros tantos heridos, entre éstos el general Santa Anna, en la mano izquierda y en una pierna que se gangrenó y no hubo más opción que amputarla.

Las circunstancias bélicas afectaban también otros intereses, concretamente los de los comerciantes ingleses, quienes decidieron mostrar la fuerza de su flota —que fondeó en las playas de Veracruz a finales de año con 11 barcos dotados de 370 cañones—, con la intención de forzar a los franceses a negociar la paz. El comandante francés se vio obligado a conferenciar con el ministro inglés, Mr. Pakenham, y a aceptar su mediación. Las negociaciones tuvieron lugar a comienzos de 1839; al gobierno francés lo representaba Charles Baudin y al mexicano, Manuel Eduardo de Gorostiza, en esos momentos ministro de Relaciones Exteriores, y el ex presidente Guadalupe Victoria; como resultado, el 9 de marzo se firmó un tratado de paz en los siguientes términos: los franceses devolvían el castillo de San Juan de Ulúa; México prometía anular los préstamos forzosos y pagar 600 mil pesos de indemnización; ambos países se concedían el trato de nación más favorecida y entraban en negociaciones para firmar un tratado de comercio. Los tratados fueron ratificados por la Cámara de Diputados el 18 de marzo, por 27 votos contra 12; al día siguiente el Senado hizo lo mismo.

Si bien con estos acuerdos se consiguió la paz, la famosa deuda no se pudo cubrir como lo exigían los franceses y, años después, ese mismo argumento serviría de pretexto para echar a andar una nueva invasión contra México.
Texto de Elsa Aguilar Casas copiado de: INEHRM - Secretaría de Educación Pública

jueves, 7 de abril de 2011

Pueblo

Camino en calles sin banqueta, donde los caminos son para las vacas y algúno que otro caballo perdido.
Respiro un aire que aunque es demasiado limpio siempre huele mal.
El pueblo despierta antes que el sol pero se duerme también mucho antes que la luna.
En fin, soy un hombre en un pueblo de animales!!!
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