En una noche como cualquier otra, donde el insomnio resulta ser el mejor amigo del iluso durmiente, un hombre cuyas facciones resultan indescifrables debido al voraz paso de los años; repentinamente murió, la causa de tal suceso es una incógnita más en un mundo de dudas.
Ricardo Salazar, era el nombre de éste hombre poco experimentado, más bien demacrado por sus pocos años de vida. A simple vista parecería un hombre común y corriente como los que recorren el orbe en busca de dinero, mujeres o quizá alguna oportunidad.
Sin embargo al analizar su poco ordinario deceso, entenderíamos que su vida tampoco fue lo ordinaria que ésta aparento ser.
Los forenses definieron su muerte como natural, debido a un ataque instantáneo al corazón, sin embargo, esto que los expertos plantean está lejos de la verdad.
Dicen los sabios que el morir solo es el paso necesario entre las dos vidas del hombre, que se muere solo para poder vivir y que se vive para así morir.
Ante un deceso normalmente se sabe el cómo o el porqué murió, más nunca se sabe con certeza lo que es morir. No se sabe si solo es un ciclo biológico, el reciclaje natural de la energía, la consumación del alma o el finiquito terrenal.
Ricardo lejos de la compañía familiar o marital pereció solo con su soledad, solo con su agonía, solo con su humanidad.
Varios días pasaron hasta que un ser vivo fuera capaz de percibir la inmundicia del cuerpo podrido de Ricardo, muchos días pasaron antes de que alguien fuera capaz de percatarse de su muerte, y varios días más antes de que alguien pudiera reconocer al inerte cuerpo.
Poco se sabe de la vida de Ricardo Salazar, y los escasos detalles que de éste se saben resultan innecesarios para el desarrollo de esta historia que resulta estar basada en la muerte de Salazar no en su vida.
El tiempo es presente y el espacio continuo; pudo haber ocurrido hace cien años, pudo haber ocurrido hoy, puede ocurrir en un instante o puede ocurrir mucho tiempo después.
La rareza de la defunción de Ricardo Salazar radica en un sinfín de circunstancias ajenas a los poco flexibles patrones de la normalidad.
En primera instancia el cuerpo se encontró tan húmedo como si mil noches hubieran llorado sobre él; sus ojos abiertos eran tan secos como las piedras, sus labios agrietados y sus pómulos hinchados.
La expresión en conjunto del hombre denotaba una felicidad extenuante así como una tristeza de igual magnitud, se sabía que había sufrido más no se asumía cuanto.
La posición de sus manos era curiosa, como si hubiera sido premeditada o colocada así después de morir; el brazo izquierdo presionaba al corazón y el derecho sostenía el cuello, mientras los pies quedaban tal como los del hombre en la cruz.
Ricardo vestía poca ropa en su nicho letal, ésta sólo comprendía una camiseta sin mangas, el clásico par de calcetines ralamente cortos y los necesarios calzoncillos. Asimismo portaba un reloj descompuesto y una pulsera de tela deslavada y antigua.
Todo lo narrado con anterioridad relata la forma en que se encontró el cuerpo, lo visto el día en que el cadáver fue encontrado, lo cual no resulta ser nada nuevo, los médicos, los periodistas, los vecinos y los clásicos morbosos observadores inoportunos cuentan con la misma información.
Sin embargo lo que hasta este momento solo un hombre sabe, es que Ricardo justo antes de morir tuvo un dolor tan profundo que sus lágrimas no fueron capaces de contenerse en el tráfico ocular y salieron de su cuerpo por cada uno de los poros de su piel.
El dolor fue tan grande que tras inundar el cuerpo de Ricardo en gotas de mar, y ante la insuficiencia del llanto, obligo a Salazar a reír tanto como la infelicidad lo permitía. Tanto que sus mandíbulas perdieron el control y sus pómulos se dilataron de tanto contener la risa, esa risa que lastima, esa risa que duele y provoca llanto que al ser eterno retorna a la risa.
El motivo de tan profundo dolor no radica en una enfermedad pasajera, o en un virus adquirido, mucho menos en un amor perdido o un desamor encontrado, es un dolor ajeno, es una pena tan irreconocible que ni la compasión misma la abraza.
Es el dolor de saberse muerto en vida y vivo en muerte, de saberse solo y no, de saber que el tiempo es eterno y al mismo tiempo correr con prisa, es el dolor de saber que existes sólo porque te lo han dicho y saber que vives sólo por tu respirar.
Ricardo sufrió en su nicho letal como si una sola madre diera a luz a todos los hombres de la Tierra, como si hubiese sido desollado, sufrió su cuerpo, sufrió su mente y se revolcó en dolor su alma.
Si hubiese sabido el precio de vivir hubiera aceptado la muerte, si hubiese sabido el precio de amar hubiese odiado, si hubiese sabido la causa del dolor no hubiera buscado el placer.
Justo unos segundos antes de desafiar a la muerte por primera vez, Ricardo, enfermo y desolado reto al destino, maldijo al dios y renegó al futuro decidiendo no morir.
- «Dicen que amar es sufrir, sufrir es vivir y vivir es morir. Si es así no puedo empezar por el final, para poder morir he de sufrir y no hay mejor manera de sufrir que el amar… me merezco la oportunidad»
Inmediatamente después Ricardo se recupero de su agonía y volvió a vivir, pero no como las cenizas del fénix que se sabe eternamente inmortal, sino como la ironía de no saberse eterno más si inmortal.
Así durante varios días Salazar mantuvo la cotidianidad de sus días, la soledad de sus noches y la insipiente tortura corporal, sin pensar siquiera en la oportunidad misteriosamente brindada.
Sin embargo al quinto día, dio el primer paso hacia su mortalidad, lejos de la idea del amor a primera vista, la culpable de tal suceso tuvo que pasar varias veces ante los ojos de Ricardo antes de que este se percatara de su existencia; como si mágicamente sus ojos hubieran comenzado a observar lo que otrora ni siquiera pudieran ver.
Tratando de alcanzar el supuesto orden natural del tiempo, Ricardo a pesar de su terror por el amor como sinónimo de dolor, y dolor como muerte, cayó totalmente en el truco voluntario para la reproducción, recuperando la recién perdida ceguera, seducido ante lo que algunos conocen como amor.
El amor entro en su vida de golpe, modificando todo el supuesto orden que esta tenia, provocando los momentos más plenos y felices de su vida.
Sin embargo este, como ocurre en la mayoría de las ocasiones fue tan efímero como intenso, siendo así su fin tan doloroso como eterno.
Si al amar se siente un intenso placer entonces el desamor implica la misma proporción de dolor más el ocasionado por saber perdido el placer; y es así como el sufrimiento abrazo la vida de Salazar, trastornando su entorno y su ser en un ente plegado de dolor, sufrimiento, agonía, vida.
Ricardo al comprenderse vivo asumió que la muerte estaba cerca, que la oportunidad pedida había sido concedida y esperaba con ansias el final, pues decepcionado estaba del principio y aterrado del intermedio.
Sin embargo los días pasaron y la muerte de Salazar no aconteció; alargando su agonía y aplazando su dolor hasta el punto en el que reconoció el error de haber pedido una oportunidad.
El flagelo culposo de su ambición por saber vivir lo condeno a la tortura, su pánico a la vida no lo dejo vivir, y su terror a la muerte no lo dejo morir
Trasnochado por el regreso del insomnio, Ricardo decidió afrontar la realidad, asumiendo que el principio del martirio fue retar a la muerte lo volvió a hacer con la esperanza de recuperar su vida o muerte, así que ingirió una cantidad inaudita de medicamentos, se quito la ropa, ajusto el reloj en la hora de su muerte y se recostó en la cama, esperando poner fin a todo su dolor.
Sin embargo el dolor fue en crescendo, retorciendo todo el cuerpo desde los pies hasta los cabellos, hasta que no tuvo más escape que el llanto y la risa; el corazón se mantuvo fiel en su lucha por pulsar mientras que Ricardo lo presionaba para agotarlo, sus pulmones se enfocaban en respirar al unísono de las palpitaciones de la mano de Salazar ahorcándose, y sin embargo no logro enteramente morir.
El dolor quedo brevemente extinto ante mi deceso corporal, más el dolor del alma varias vidas y muertes me ha perseguido, demostrándome que lo peor de ser inmortal no es el tener que morir en vida muchas veces, sino el vivir en muerte siempre.
Ricardo Salazar, era el nombre de éste hombre poco experimentado, más bien demacrado por sus pocos años de vida. A simple vista parecería un hombre común y corriente como los que recorren el orbe en busca de dinero, mujeres o quizá alguna oportunidad.
Sin embargo al analizar su poco ordinario deceso, entenderíamos que su vida tampoco fue lo ordinaria que ésta aparento ser.
Los forenses definieron su muerte como natural, debido a un ataque instantáneo al corazón, sin embargo, esto que los expertos plantean está lejos de la verdad.
Dicen los sabios que el morir solo es el paso necesario entre las dos vidas del hombre, que se muere solo para poder vivir y que se vive para así morir.
Ante un deceso normalmente se sabe el cómo o el porqué murió, más nunca se sabe con certeza lo que es morir. No se sabe si solo es un ciclo biológico, el reciclaje natural de la energía, la consumación del alma o el finiquito terrenal.
Ricardo lejos de la compañía familiar o marital pereció solo con su soledad, solo con su agonía, solo con su humanidad.
Varios días pasaron hasta que un ser vivo fuera capaz de percibir la inmundicia del cuerpo podrido de Ricardo, muchos días pasaron antes de que alguien fuera capaz de percatarse de su muerte, y varios días más antes de que alguien pudiera reconocer al inerte cuerpo.
Poco se sabe de la vida de Ricardo Salazar, y los escasos detalles que de éste se saben resultan innecesarios para el desarrollo de esta historia que resulta estar basada en la muerte de Salazar no en su vida.
El tiempo es presente y el espacio continuo; pudo haber ocurrido hace cien años, pudo haber ocurrido hoy, puede ocurrir en un instante o puede ocurrir mucho tiempo después.
La rareza de la defunción de Ricardo Salazar radica en un sinfín de circunstancias ajenas a los poco flexibles patrones de la normalidad.
En primera instancia el cuerpo se encontró tan húmedo como si mil noches hubieran llorado sobre él; sus ojos abiertos eran tan secos como las piedras, sus labios agrietados y sus pómulos hinchados.
La expresión en conjunto del hombre denotaba una felicidad extenuante así como una tristeza de igual magnitud, se sabía que había sufrido más no se asumía cuanto.
La posición de sus manos era curiosa, como si hubiera sido premeditada o colocada así después de morir; el brazo izquierdo presionaba al corazón y el derecho sostenía el cuello, mientras los pies quedaban tal como los del hombre en la cruz.
Ricardo vestía poca ropa en su nicho letal, ésta sólo comprendía una camiseta sin mangas, el clásico par de calcetines ralamente cortos y los necesarios calzoncillos. Asimismo portaba un reloj descompuesto y una pulsera de tela deslavada y antigua.
Todo lo narrado con anterioridad relata la forma en que se encontró el cuerpo, lo visto el día en que el cadáver fue encontrado, lo cual no resulta ser nada nuevo, los médicos, los periodistas, los vecinos y los clásicos morbosos observadores inoportunos cuentan con la misma información.
Sin embargo lo que hasta este momento solo un hombre sabe, es que Ricardo justo antes de morir tuvo un dolor tan profundo que sus lágrimas no fueron capaces de contenerse en el tráfico ocular y salieron de su cuerpo por cada uno de los poros de su piel.
El dolor fue tan grande que tras inundar el cuerpo de Ricardo en gotas de mar, y ante la insuficiencia del llanto, obligo a Salazar a reír tanto como la infelicidad lo permitía. Tanto que sus mandíbulas perdieron el control y sus pómulos se dilataron de tanto contener la risa, esa risa que lastima, esa risa que duele y provoca llanto que al ser eterno retorna a la risa.
El motivo de tan profundo dolor no radica en una enfermedad pasajera, o en un virus adquirido, mucho menos en un amor perdido o un desamor encontrado, es un dolor ajeno, es una pena tan irreconocible que ni la compasión misma la abraza.
Es el dolor de saberse muerto en vida y vivo en muerte, de saberse solo y no, de saber que el tiempo es eterno y al mismo tiempo correr con prisa, es el dolor de saber que existes sólo porque te lo han dicho y saber que vives sólo por tu respirar.
Ricardo sufrió en su nicho letal como si una sola madre diera a luz a todos los hombres de la Tierra, como si hubiese sido desollado, sufrió su cuerpo, sufrió su mente y se revolcó en dolor su alma.
Si hubiese sabido el precio de vivir hubiera aceptado la muerte, si hubiese sabido el precio de amar hubiese odiado, si hubiese sabido la causa del dolor no hubiera buscado el placer.
Justo unos segundos antes de desafiar a la muerte por primera vez, Ricardo, enfermo y desolado reto al destino, maldijo al dios y renegó al futuro decidiendo no morir.
- «Dicen que amar es sufrir, sufrir es vivir y vivir es morir. Si es así no puedo empezar por el final, para poder morir he de sufrir y no hay mejor manera de sufrir que el amar… me merezco la oportunidad»
Inmediatamente después Ricardo se recupero de su agonía y volvió a vivir, pero no como las cenizas del fénix que se sabe eternamente inmortal, sino como la ironía de no saberse eterno más si inmortal.
Así durante varios días Salazar mantuvo la cotidianidad de sus días, la soledad de sus noches y la insipiente tortura corporal, sin pensar siquiera en la oportunidad misteriosamente brindada.
Sin embargo al quinto día, dio el primer paso hacia su mortalidad, lejos de la idea del amor a primera vista, la culpable de tal suceso tuvo que pasar varias veces ante los ojos de Ricardo antes de que este se percatara de su existencia; como si mágicamente sus ojos hubieran comenzado a observar lo que otrora ni siquiera pudieran ver.
Tratando de alcanzar el supuesto orden natural del tiempo, Ricardo a pesar de su terror por el amor como sinónimo de dolor, y dolor como muerte, cayó totalmente en el truco voluntario para la reproducción, recuperando la recién perdida ceguera, seducido ante lo que algunos conocen como amor.
El amor entro en su vida de golpe, modificando todo el supuesto orden que esta tenia, provocando los momentos más plenos y felices de su vida.
Sin embargo este, como ocurre en la mayoría de las ocasiones fue tan efímero como intenso, siendo así su fin tan doloroso como eterno.
Si al amar se siente un intenso placer entonces el desamor implica la misma proporción de dolor más el ocasionado por saber perdido el placer; y es así como el sufrimiento abrazo la vida de Salazar, trastornando su entorno y su ser en un ente plegado de dolor, sufrimiento, agonía, vida.
Ricardo al comprenderse vivo asumió que la muerte estaba cerca, que la oportunidad pedida había sido concedida y esperaba con ansias el final, pues decepcionado estaba del principio y aterrado del intermedio.
Sin embargo los días pasaron y la muerte de Salazar no aconteció; alargando su agonía y aplazando su dolor hasta el punto en el que reconoció el error de haber pedido una oportunidad.
El flagelo culposo de su ambición por saber vivir lo condeno a la tortura, su pánico a la vida no lo dejo vivir, y su terror a la muerte no lo dejo morir
Trasnochado por el regreso del insomnio, Ricardo decidió afrontar la realidad, asumiendo que el principio del martirio fue retar a la muerte lo volvió a hacer con la esperanza de recuperar su vida o muerte, así que ingirió una cantidad inaudita de medicamentos, se quito la ropa, ajusto el reloj en la hora de su muerte y se recostó en la cama, esperando poner fin a todo su dolor.
Sin embargo el dolor fue en crescendo, retorciendo todo el cuerpo desde los pies hasta los cabellos, hasta que no tuvo más escape que el llanto y la risa; el corazón se mantuvo fiel en su lucha por pulsar mientras que Ricardo lo presionaba para agotarlo, sus pulmones se enfocaban en respirar al unísono de las palpitaciones de la mano de Salazar ahorcándose, y sin embargo no logro enteramente morir.
El dolor quedo brevemente extinto ante mi deceso corporal, más el dolor del alma varias vidas y muertes me ha perseguido, demostrándome que lo peor de ser inmortal no es el tener que morir en vida muchas veces, sino el vivir en muerte siempre.