jueves, 1 de noviembre de 2007

Critica epistolar


Dicen los sabios que las palabras suelen ser el arma más dañina y gracias a ti no lo dudo, me has demostrado que ante la fuerza de una palabra irónicamente siempre ganara la debilidad de un oído, que ante la levedad de un concepto siempre estará la pesadez de su interpretación, que hay que mentir para poder decir la verdad, y que hay que mentir para poder ocultarla también.
Me has enseñado que la ironía es eterna y que el verdadero error es reconocer el mismo, me has enseñado que es inequívoco aquel que así se cree, que es poderoso aquel que débil se asume, y que es aun mas poderoso quien explota su falsa debilidad, su falsa perfección y su real mentira para su beneficio.

Me has enseñado que el error es del otro y nunca de uno y que el margen de análisis del mismo depende estrictamente del quien lo cometa; que la auto tortura no es más que una ilusión, que no te duele, pero como lastima al espectador, que ni el verdugo ni la victima sufren tanto como el que por casualidad ve la ejecución.

Me has enseñado que el llanto es risa interna y que la risa solo es risa, que el enojo solo existe si se percatan de el, y que la duda significa errar.

Que la agresión radica en el oído y no en la voz, y la comunicación en el cuerpo y no en las palabras, me enseñante a hablar solo para atacar y a escuchar solo para ser atacado.
Que ante una verdad incomoda no hay mejor que una cómoda mentira, que la incongruencia radica en buscar la congruencia, que la exageración significa la ampliación de horizontes y que el pasado solo es lo que se recuerda.

Que la paz es la guerra, y que la guerra solo es pelear, que la paz es deseada tanto como alejada, que es la meta final de un hogar pero es necesaria su ausencia.
Me enseñaste que el dolor es necesario y la alegría desechable, que saberse poderoso es la mejor sensación, que todos somos iguales pero hay más iguales que los otros, que el respeto es unilateral así como la falta de, que saberse necesario vale mas que saberse necesitado, que de hecho necesitar o no ser necesitado significa una peor derrota que el orgullo de saberse apoyado o de haber logrado la independencia.

Me enseñaste que solo hay una cosa peor que divergir en pensamiento, hacerlo en palabra, me enseñaste que el silencio es prudencia y que prudencia es desinterés; que contestar una pregunta es falta de respeto y que preguntarla o aconsejar es osadía, que es falso que se aprende algo de todos, y que en pocas palabras falso soy.

Reconozco mis defectos como aprendiz, mi rebeldía a la instrucción y mi penosa enfermedad de pensar, analizar, criticar y debatir; pero si algo te he aprendido es que si cuando hablo te daño, si me muevo te enojo y si cambio mi tono te sulfuro, no quiero saber que pasara cuando me leas, que veras en mis verdades o en mis mentiras, ¿serás capaz de reconocer la diferencia entre ellas? ¿Veras algo mas que agresión y falta de respeto? Lo dudo. Si interpretas mis palabras a tu antojo que harás con mis letras, como leerás entre mis líneas?

Mi ventaja radica en dos premisas: no veras mis caras al escribir esto, no escucharas mi tono de voz al leerlo, no podrás analizar mis movimientos y simplemente tendrás que limitarte a entender mis palabras; así como existirá un record histórico de lo que dije tal como lo dije, evitando así las trampas de la sin memoria voluntaria o cómodamente accidental.

Dicen los no tan sabios que las palabras solo son palabras, que el significado es lo que importa y que este solo es lo que se quiere decir, que la interpretación es limitada y que el hablar más que un arma es arte, pero en fin ellos que han de saber, seguramente no te conocieron, no te entendieron, no te vivieron.