viernes, 8 de abril de 2011

Los pasteles más caros de la historia

El señor Remontel, ciudadano francés dueño de un restaurante en el poblado de Tacubaya, lo declaraba enfáticamente: en 1832, oficiales del entonces presidente Antonio López de Santa Anna habían degustado de su finísima repostería francesa y, tras el placer, abandonaron su negocio sin pagar lo consumido, aprovechando los recurrentes disturbios y motines que asolaban por doquier. Por esa deuda impagada, Monsieur Remontel exigía ¡60 mil pesos de ese entonces! Tal reclamo —del que la prensa hizo mofa— dio nombre a la primera guerra de México con Francia: la “Guerra de los Pasteles”, ocurrida hace 170 años.

El contexto de este conflicto internacional fue el de una crisis generalizada en el territorio nacional: economía paralizada, inseguridad y malas comunicaciones, levantamientos armados… caldo de cultivo de una creciente inestabilidad. Era el año de 1837. Entonces, además de atender los asuntos internos, los hombres de gobierno debían estar vigilantes de lo que ocurría en las fronteras, pues el peligro acechaba constantemente al país. España se resistía a dar por perdida la que fuera su colonia más rica y ponía en marcha varios proyectos de reconquista; otras potencias, como Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia, durante gran parte del siglo XIX encontraron pretextos para intimidar a la joven nación mexicana, llegando, en algunos casos, hasta la invasión. En ese marco, el gobierno mexicano recibió un mar de reclamaciones de extranjeros que se decían afectados en sus bienes y negocios. Los franceses adoptaron una posición especialmente exigente, acumulando quejas y demandando, con prepotencia, solución a situaciones en muchos casos dramatizadas.

El canciller francés Louis Mathie Molé ordenó a su ministro en México, Antoine Louis Deffaudis, presentar un ultimátum para el pago de una indemnización global de 600 mil pesos; por supuesto, esa cantidad era impensable para las arcas nacionales que estaban permanentemente en números rojos, además de que el gobierno se resistía a reconocer tal abuso porque no se sentía responsable de los disturbios políticos, y preveía que, si aceptaba dichas exigencias, sentaría un precedente que posteriormente podría ocasionar abusos de otros que se dijeran lesionados. A finales de 1837, la situación se agravó tras el fusilamiento de un filibustero francés, pero fue en febrero de 1838 cuando la amenaza se vio convertida en realidad, pues una escuadrilla francesa a las órdenes del comandante Bazoche arribó en Antón Lizardo, Veracruz, apostando a conseguir con la fuerza de los cañones lo que no había logrado el poder de la palabra.

El barón Deffaudis se dirigió hacia Veracruz para estar lo más cerca posible de los hechos, permaneciendo aproximadamente dos meses a bordo de la fragata Herminia, desde donde se mantenía alerta a las instrucciones que llegaran de Francia; su monarca, Luis Felipe, tomó entonces la decisión de enviar más fuerzas navales para responder a los agravios contra sus súbditos. En consecuencia, Deffaudis dirigió un ultimátum al gobierno mexicano, con lenguaje duro y altivo, ensalzando la benevolencia de Francia y echando en cara a los mexicanos el desdén con que trataban sus reclamaciones; en ese tono, el noble francés ponía como plazo el 15 de abril para: “… arreglar un tratado de navegación y comercio, como lo haría con la nación más favorecida, no imponer a los franceses contribuciones de guerra de ninguna especie, ni las conocidas con el nombre de préstamos y a no señalar coto al comercio al menudeo ejercido por aquellos”. De no recibir respuesta en el plazo determinado, se adoptaría las medidas necesarias hasta conseguir el cumplimiento perfecto del ultimátum.

El gobierno del presidente Anastasio Bustamante declaró que no entraría en negociaciones formales mientras la escuadrilla francesa estuviera en Veracruz; aprovechaba así, además, que ya se había generado un ambiente de orgullo nacional que unificaba a los mexicanos para defender la soberanía frente a la soberbia francesa. El 16 de abril, el comandante de la escuadra francesa en el Golfo, almirante Bazoche, declaró el cese de las relaciones entre México y Francia, y el bloqueo de todos los puertos de la República. En la realidad, sólo el puerto de Veracruz estuvo sitiado, y sus actividades paralizadas durante siete meses. Pasados los meses y sin llegar a un arreglo, Bazoche fue sustituido por el contralmirante Charles Baudin, veterano de las guerras napoleónicas, quien llegó acompañado del príncipe Joinville, hijo del rey Luis Felipe.

A finales de noviembre, comenzaron los hechos de armas; los cañones de la marina francesa lanzaron cientos de balas y bombas al fuerte de Ulúa; la desproporción de fuerzas y la escasez de parque del lado mexicano dio como resultado destrucción en la fortaleza y considerables bajas. Una junta de guerra declaró entonces la capitulación, el castillo fue entregado a Baudin y la bandera francesa fue izada. Como respuesta, el gobierno mexicano ordenó la salida de todos los franceses del país, rechazó la capitulación, aumentó las fuerzas del ejército y nombró un nuevo jefe de las operaciones en Veracruz: el general Antonio López de Santa Anna, quien estaba decidido a defender el puerto a como diera lugar. Para comenzar, prohibió que los franceses entraran a la ciudad y llamó a las fuerzas comandadas por el general Mariano Arista a combatir con toda violencia.

El 5 de diciembre de 1838, el príncipe Joinville ordenó un ataque al baluarte donde estaba Santa Anna; los franceses dispararon directamente a los soldados que formaban los guardias del general mexicano, dando muerte a varios de ellos y tomando prisionero a Arista. Cuando los enemigos se replegaban triunfantes, Santa Anna decidió que era buen momento para batirlos; entonces, acompañado de unos 300 hombres avanzó por el muelle, pero al verlo, los franceses descargaron metralla; el saldo fue de nueve muertos y otros tantos heridos, entre éstos el general Santa Anna, en la mano izquierda y en una pierna que se gangrenó y no hubo más opción que amputarla.

Las circunstancias bélicas afectaban también otros intereses, concretamente los de los comerciantes ingleses, quienes decidieron mostrar la fuerza de su flota —que fondeó en las playas de Veracruz a finales de año con 11 barcos dotados de 370 cañones—, con la intención de forzar a los franceses a negociar la paz. El comandante francés se vio obligado a conferenciar con el ministro inglés, Mr. Pakenham, y a aceptar su mediación. Las negociaciones tuvieron lugar a comienzos de 1839; al gobierno francés lo representaba Charles Baudin y al mexicano, Manuel Eduardo de Gorostiza, en esos momentos ministro de Relaciones Exteriores, y el ex presidente Guadalupe Victoria; como resultado, el 9 de marzo se firmó un tratado de paz en los siguientes términos: los franceses devolvían el castillo de San Juan de Ulúa; México prometía anular los préstamos forzosos y pagar 600 mil pesos de indemnización; ambos países se concedían el trato de nación más favorecida y entraban en negociaciones para firmar un tratado de comercio. Los tratados fueron ratificados por la Cámara de Diputados el 18 de marzo, por 27 votos contra 12; al día siguiente el Senado hizo lo mismo.

Si bien con estos acuerdos se consiguió la paz, la famosa deuda no se pudo cubrir como lo exigían los franceses y, años después, ese mismo argumento serviría de pretexto para echar a andar una nueva invasión contra México. Texto de Elsa Aguilar Casas copiado de: INEHRM - Secretaría de Educación Pública